Ahora por decisión del Maestro Opofrosm tengo
que contaros mi vida, así que trataré de ser breve para no aburriros.
Soy la octava hija de un matrimonio que tenía
doce hijos, y digo tenía porque hace mucho tiempo que solo somos ocho, los
otros cuatro se quedaron en el camino, posiblemente porque había llegado su
momento. Mi nombre es Caridad y tuve suerte de nacer de un matrimonio en el que
se querían y se respetaban, que es la calve para que un matrimonio se lleve
bien, inculcando en sus hijos el respeto y la honestidad. Debido a esto nací en
un ambiente de paz y de cariño, siendo bien acogida por mis padres y mis
hermanos. De todos mis hermanos yo era la más introvertida, me lo pasaba mejor
observando que participando en los juegos de mis hermanos. A parte de ser
introvertida, también nací muy delicada, un cromo de niña. La cuestión es que
aunque me llevaron a muchos médicos, nunca me encontraron nada, lo único que me
mandaban era reforzantes para a ver si me animaba, aunque poco se conseguía con
eso. Y, por si fuese poco, cuando tenía un año me echaron un mal de ojo. Me
puse tan mala que los médicos me dieron tres días de vida, con el consecuente
desconsuelo de mis padres que ya habían perdido a dos hijos y, conocían el
dolor y el sufrimiento de lo que era la pérdida de un hijo. Por lo visto, en mi
destino no estaba que me fuese tan pronto pues una persona conocida de mi madre
le dijo que me llevara a un curandero que había en el pueblo. Aunque a mi madre
le daba un poco de respeto estas cosas, en la situación que yo estaba,
prácticamente con la muerte en los talones, como vulgarmente se dice, decidió
llevarme. Cuando me echaron el mal de ojo me descoyuntaron todos los huesos, me
dejaron como una muñeca de trapo, porque la cabeza se me iba lo mismo para
adelante como para atrás. No tenía sujeción ninguna y lo mismo me pasaba con
los brazos y las piernas. Me tuvo que llevar en una sabana pequeña entre dos
personas, no me podían coger en brazos porque no me aguantaba. Llegué al
curandero con más poca vida que un gorrión, pues hasta el curandero le dijo a
mi madre que no sabía si podría ayudarme, pero como todavía no había llegado mi
momento de irme, ocurrió el milagro, cuando el hombre terminó de hacerme todo
lo que me tenía que hacer, mi madre me cogió en brazos pudiéndome quedar
derecha, como si no me hubiese pasado nada. Pienso que esto fue una prueba para
mis padres y una preparación espiritual para mí. Quizás debido a esta situación
es por lo que mi madre siempre me protegió tanto, igual que mis hermanos, porque
aunque el curandero me quitó el mal de ojo, seguía siendo un poquito delicada, a
pesar de eso mi niñez fue feliz, me sentía querida y protegida por mi familia.
A la edad de siete años mi familia y yo nos
venimos a Barcelona, teniendo que superar grandes dificultades hasta poder
aposentarnos. A los nueve años empecé a ir al colegio y, aunque me gustaba ir,
me costaba mucho aprender, pero como me esforzaba mucho, algo aprendí, pues a
los doce años tuve que dejarlo para empezar a trabajar, es por eso que no me
dio tiempo de aprender a dibujar. Me acuerdo que la nota más alta que me daban
era un cuatro de los de antes. Después, cuando empecé a trabajar, entré en la
escuela de la vida, donde se sigue aprendiendo todavía mucho más. Mi juventud
la pasé como cualquier otra chica de mi edad, con las ilusiones y las alegrías
de la juventud que se tiene.
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