Un lunes vino a buscarla diciendo que quería
enseñarle un piso que había alquilado con un amigo, la niña estaba muy
ilusionada y quería verlo, así que quedamos en que se fuera y el martes por la
mañana él la llevaría al colegio. Ese día él estaba muy contento y relajado,
cosa rara en él, pensé que las cosas le
iban bien, pero otra vez me equivoqué con él, porque a las tres y media de la
madrugada me picaron al timbre de casa con gran insistencia, me levanté para
ver quién era, cuando abrí la puerta, vi a dos policías, sin que ellos me
dijeran nada, les dije: “¿qué le ha pasado a mi hija?” Ellos me dijeron que no
sabían nada, que venían a llevarme a la comisaría y que allí me dirían lo que
pasaba.
Lo primero que pensé es que habían tenido un
accidente con el coche, pero al llegar a la comisaría fui atendida muy
amablemente sin embargo nadie me decía lo que pasaba, hasta que vino un hombre
que me dijeron que era el médico forense, no me tuvo que decir nada porque
enseguida comprendí que mi hija había fallecido.
Mi primera reacción fue pegarle un puñetazo a
la pared que tenía al lado. Menos mal que el médico me cogió la mano en el aire
porque de lo contrario me la hubiese roto, y quizás hasta el brazo, di un grito tan desgarrador, sentía que me
estaban arrancando el corazón en vivo. Aquellas madres que hayan perdido a un
hijo, serán las que mejor comprendan de lo que estoy hablando.
El médico no me soltó la mano hasta que me
tranquilicé que por cierto, tuve que hacerle daño ya que apretaba con todas mis
fuerzas, le pido disculpas y le doy las gracias. Sabéis que a través de ese
apretón de manos sentí algo especial que me relajó como si me hubiese tomado un
sedante, yo sentí que el médico en aquel momento fue un canal que Dios utilizó para
consolarme.
Resumiendo, después de hacer la fechoría, se
subió a una torre de la luz y se tiró, lo único que se rompió fue un dedo, qué
ironía ¿verdad? Después comprendí que el daño que había hecho tenía que pagarlo
en vida, pues yo creo en la justicia divina, no tanto en la justicia del hombre
porque le echaron veintitrés años de cárcel y solo cumplió doce. A los dos
meses de salir, falleció de enfermedad, la justicia divina se manifestó para mí
y para mi familia, porque no sabíamos el día que saliera lo que podría pasar.
Hoy hace dieciocho años, dos meses y nueve
días que tuve que pasar por este calvario, el cual pude superar con la gran
ayuda que Dios me dio a través de mi niña Carolina, ya que dejó que su espíritu
se quedara conmigo para ayudarme a superar su pérdida. Soy consciente que a
muchas personas les va a costar creer esto, pero es la pura verdad, porque de
lo contrario sería incapaz de decir algo así por respeto a mi hija.
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