lunes, 16 de abril de 2012

Mi vida: Calvario

Un lunes vino a buscarla diciendo que quería enseñarle un piso que había alquilado con un amigo, la niña estaba muy ilusionada y quería verlo, así que quedamos en que se fuera y el martes por la mañana él la llevaría al colegio. Ese día él estaba muy contento y relajado, cosa rara en él,  pensé que las cosas le iban bien, pero otra vez me equivoqué con él, porque a las tres y media de la madrugada me picaron al timbre de casa con gran insistencia, me levanté para ver quién era, cuando abrí la puerta, vi a dos policías, sin que ellos me dijeran nada, les dije: “¿qué le ha pasado a mi hija?” Ellos me dijeron que no sabían nada, que venían a llevarme a la comisaría y que allí me dirían lo que pasaba.
Lo primero que pensé es que habían tenido un accidente con el coche, pero al llegar a la comisaría fui atendida muy amablemente sin embargo nadie me decía lo que pasaba, hasta que vino un hombre que me dijeron que era el médico forense, no me tuvo que decir nada porque enseguida comprendí que mi hija había fallecido.

Mi primera reacción fue pegarle un puñetazo a la pared que tenía al lado. Menos mal que el médico me cogió la mano en el aire porque de lo contrario me la hubiese roto, y quizás hasta el brazo,  di un grito tan desgarrador, sentía que me estaban arrancando el corazón en vivo. Aquellas madres que hayan perdido a un hijo, serán las que mejor comprendan de lo que estoy hablando.

El médico no me soltó la mano hasta que me tranquilicé que por cierto, tuve que hacerle daño ya que apretaba con todas mis fuerzas, le pido disculpas y le doy las gracias. Sabéis que a través de ese apretón de manos sentí algo especial que me relajó como si me hubiese tomado un sedante, yo sentí que el médico en aquel momento  fue un canal que Dios utilizó para consolarme.

Cuando me tranquilicé, me llevaron a hablar con el comisario, me dijo lo que había pasado. A mi hija la habían encontrado en el asiento de atrás del coche de su padre, había sido asesinada por un arma blanca y que todos los indicios apuntaban a que había sido su padre, le dije que eso era imposible porque él quería mucho a su hija y era el único cariño que tenía, con su familia no se llevaba bien por su manera de ser. Lo primero que pensé es que había sido un ajuste de cuentas ya que también estaba metido en la droga, pero el comisario me dijo que no, a él se lo encontraron tirado en la carretera, y la policía lo había llevado al hospital.

Resumiendo, después de hacer la fechoría, se subió a una torre de la luz y se tiró, lo único que se rompió fue un dedo, qué ironía ¿verdad? Después comprendí que el daño que había hecho tenía que pagarlo en vida, pues yo creo en la justicia divina, no tanto en la justicia del hombre porque le echaron veintitrés años de cárcel y solo cumplió doce. A los dos meses de salir, falleció de enfermedad, la justicia divina se manifestó para mí y para mi familia, porque no sabíamos el día que saliera lo que podría pasar.

Hoy hace dieciocho años, dos meses y nueve días que tuve que pasar por este calvario, el cual pude superar con la gran ayuda que Dios me dio a través de mi niña Carolina, ya que dejó que su espíritu se quedara conmigo para ayudarme a superar su pérdida. Soy consciente que a muchas personas les va a costar creer esto, pero es la pura verdad, porque de lo contrario sería incapaz de decir algo así por respeto a mi hija.

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